J’accuse, queridos
coetáneos: por desgracia nos ha tocado vivir en una yerma coyuntura política.
Justo cuando la política despierta más interés en los ciudadanos, curiosamente la
mayoría de nuestros anodinos y previsibles electos, se han empecinado en ser poco
representativos de una sociedad intelectualmente mucho más rica, plural e ingeniosa.
Creo humildemente haber hallado uno de los principales orígenes de ese mal.
Formados casi con toda seguridad en el atento visionado de algunas tv-movies yankees, esos oportunistas aprendices de
brujo, fauna autodenominada pomposamente como spin doctors, ostentan parte de la paternidad de la pobreza
política que nos inunda. Compiten en fama y moda con la de los politólogos, aunque estos últimos ganen en densidad por
metro cuadrado. Capaces de describirte con todo lujo de detalles movimientos de
manos, bocas y ojos de políticos. De describirte casi de manera esotérica
fondos de escenario y armarios y sus significados cromáticos. Expertos en
reducir y micropolitizar la política a través de una banalización sin
precedentes. De sugerir e inducir temas, ahora toca esto, mañana no, que se la
traen al pairo a la mayoría de mortales. Responsables de campañas tan
“logradas” como la del Punt i a part con la que los socialistas
catalanes renunciaban generosamente en las autonómicas del 2010 a capitalizar
su obra de gobierno y de paso a volver a gobernar. O La voluntat d’un poble con la que los convergentes convertían al
president Mas en un plenipotenciario
y arrogante Moisés al uso, imagen de la que hoy en día aún no ha podido desprenderse. O la de Un país normal
de Òmnium Cultural, que nos retrotraía al popular refrán “para ese viaje no eran necesario esas alforjas”, vanalizando con
tres palabras, ingentes esfuerzos movilizadores. En definitiva , capaces de explicarte que el todo es más que la suma de sus partes, pero incapaces de proponer seductoramente tan solo una idea con
la que mejorar nuestra situación colectiva. Pero últimamente es de recibo
reconocerles un gran logro
colateral. Seguramente no fruto de su voluntad, han acabado siendo
colaboradores necesarios del fin del bipartidismo catalán y español. No sufran
por ellos, en breve se arrimarán a otros caballos ganadores.
Es por esa vanalización intelectual o porque
tal vez siempre me han fascinado de
manera algo pueril los intelectuales que han nadado contra la corriente
dominante de su época, que actualmente me suelo refugiar y alimentar en parte
en ciertos discípulos de esa lista históricamente enorme. Fustigados
habitualmente desde la mediocridad, poseedores de ese perfil d’enfant terrible que les confiere el
punto de seducción necesario para acercarse, a menudo desde la precaución
ideológica, a sus corpus teóricos,
quiero desde aqui reivindicar a modo de ejemplo a ciertas personalidades, a veces antagónicas
entre ellas. Unas muy próximas, otras no tanto. Empiezo con Agustí Colomines, uno de los primeros personajes que se sintieron incómodos en aquella “teranyina
pujolista” que tan bien definía hace ya algunos
años, que gran ironía histórica, Àngel
Colom cuando explicaba los sempiternos intereses de una cierta burguesía catalana más interesada en su
propia cartera que en el interés común. Junto a Oriol Junqueras y alguno de sus íntimos colaboradores, ha sido una de las personas que más han acomodado mi complicado aterrizaje desde un federalismo no actualizado en un soberanismo circunstancial de raíz no dependentista. Gregorio
Morán,
excesivamente monotemático pero que sin su sabatino azote intelectual, el sábado no sería sábado. Y finalmente Michele Houellebecq, instigador de una
necesaria, por actual, reflexión sobre el discurso político del miedo. Gracias
por opinar. Je refuse la liquidez de los spin doctors (perdóneseme, por cierto, este tan actual modo
posmodernista de superación del J’accuse de
Zola). Con ella, la
democracia se nos puede volver
escurridiza.
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