El látigo de la indiferencia

Creo que podríamos sentenciar sin miedo a equivocarnos que hoy en día nos aburrimos menos que nuestros  antepasados. O al menos empíricamente tenemos a nuestro alcance más posibilidades para evitarlo. Curiosamente, también resulta muy evidente que nuestro miedo a aburrirnos ha aumentado exponencialmente en relación a nuestros progenitores. Y eso es peligroso. Cuando el ser humano dispone de mucho tiempo sobrante, de tiempo no destinado a la creación, al ocio, al divertimento y el ansia de ocuparlo se convierte en obsesión, la tendencia suele acabar en la práctica del infame deporte de la caza de brujas. Por cierto uno de los deportes más inequívocamente español.

A simple vista, la patología y consecuencias de determinado aburrimiento político también están desembocando en ciertos sectores de la política española y catalana en una dirección nada aconsejable: el populismo. Haber escuchado estos días de precampaña al secretario general de Podemos responder a una provocación poética, seguramente también poco afortunada, señalando “si Mas quiere sexo nosotros le daremos con un látigo”, demuestra que Iglesias está más preocupado en la notoriedad del titular fácil, en el juego de quién obtiene el mayor trono comunicativo, que en la pedagogía explicativa de un programa electoral bien elaborado ideológicamente, transparente y seductor. Pero claro, eso lleva tiempo y dedicación. Parece que el ansia del líder de la nueva política se haya enfocado obsesivamente en combatir el aburrimiento que le provoca la explicación de su ideología política con la omnipresencia en los platós de algunas televisiones. Televisiones que, salvo honrosas excepciones como el debate nocturno de Xavier Graset en la televisión pública catalana que resulta un verdadero bálsamo intelectual, han convertido el debate ideológico en una especie de Sálvame político en el que el “pim pam pum” y la caza de brujas son condición sine qua non. No tengo tan claro que participar en ellos aporte réditos electorales. Sobre todo cuando nuestra juventud, la generación más formada de nuestra historia, les suele dar masivamente la espalda porque sus deportes en tiempo de ocio suelen ser intelectualmente más gratificantes.

Andreu Nin, dirigente del POUM, socialista, librepensador y depurado por el Comitern con la
inestimable ayuda de un PSUC y un PCE miméticos con el estalinismo, intentó llevar la pedagogía política de su ideología libertaria a todos los rincones de Cataluña. Por la necesidad absoluta de superar “el atraso ideológico, nuestra incultura y nuestra pereza intelectual”. Hoy, gracias a muchos de los predecesores (presuntamente) ideológicos de Pablo Iglesias, ni la sociedad catalana es como la coetánea de Nin, ni tampoco los herederos de aquel PSUC, sus actuales compañeros de viaje, que se rebelaron ya hace tiempo contra toda, o casi toda, ortodoxia dogmática. Iglesias, por ejemplo, olvida que con actitudes tan agrias y superficiales, podría tirar por la borda la ingente labor de ampliación de fronteras llevada a cabo por Joan Herrera.

Cataluña, guste más o guste menos, está viviendo un proceso político tranquilo, cívico, desde la premisa y la  voluntad ineludible de ser un solo pueblo. A veces hasta podría tildarse de lúdico, la revolució dels somriures, la denominan algunos olvidando tal vez que el sufrimiento de determinados sectores de nuestra población, es por culpa de una crisis feroz, todavía muy elevado. Hemos aprendido de la experiencia del lerrouxismo. En Cataluña ahora ya es un clásico empíricamente
demostrable: quién intente dividir, venga de donde venga y  aunque sea por aburrimiento, será castigado con el látigo de la indiferencia electoral. Finalmente un consejo bienintencionado: si el líder de Podemos se aburre en campaña que pruebe a bailar en los mítines. Resulta más creativo y empático. Que se lo pregunten a Iceta.


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