No corren buenos tiempos para la serenidad, para
la reflexión. Estamos instalados en una casi perpetua halitosis social. Casi
todo lo que nos sale por la boca es avinagrado. Y seguramente nos sobran los
motivos para este desarraigo con el optimismo, para esta imagen de mal
copulados con la esperanza.
Vivimos días convulsos por lo que respecta a la
corrupción política. La llaman sistémica, transversal. Con la misma intensidad
que se visualiza el malestar ciudadano asistimos en paralelo y desde amplios
sectores políticos, a una contraofensiva bienintencionada y llena de razonables
argumentos alertando del peligro de este pim
pam pum generalizado contra la clase política. Bienintencionada, razonable,
incluso responsable desde el punto de vista del combate contra la
antidemocracia que a veces y de manera ordinaria, se puede palpar en este
ataque desigual contra el mejor de los sistemas conocidos. Pero excesivamente
endogámica. Quién no ha leído estos días sobre planes quinquenales, manifiestos,
leyes electorales, listas abiertas, nuevas leyes de financiación de partidos,
de registros de lobbys, de leyes de
transparencia y acceso a la información, de participación democrática, de
amabilidad política…. Qué casualidad, muchos de los que ahora sobre esto escriben
argumentan, mirando para otro lado,que “no estuvieron allí” cuando , estoy convencido , de que
su rédito obtuvieron. Y sin ser convenientemente seleccionados. Incluso hemos
leído decálogos propuestos cínicamente desde algún medio de comunicación que ha
hecho estos días de la corrupción y de manera algo torticera su modus vivendi. En definitiva, ideas para
las palabras más gastadas del diccionario: regeneración democrática.
Pero en
ninguna de estas declaraciones de principios he sabido encontrar una de
las principales causas, en mi opinión, de esta situación. Seguramente el origen:
la selección del personal, la selección de nuestros representantes.
Curiosamente nunca nos preguntamos qué tipo de comisión de personal en el seno
de los partidos políticos evalúa la formación ética y cultural de nuestros
futuros cargos. Qué tipo de barrera infranqueable se sitúa para impedir que dudosos
perfiles defensores de intereses personales se acerquen desde muy jovencitos,
incluso abandonando estudios, a la “carrera política” del sueldo presuntamente fácil
y prácticamente vitalicio. Y a veces, hereditario . Qué barrera emocional se
coloca a aquellos para los que la política de partido a menudo es una
sustitución perfecta de la familia, al margen de la cual prácticamente sólo
existe el abismo del no reconocimiento emocional. Los partidos considerados
como una especie de “club de los
corazones solitarios”. Por suerte, este colectivo es todavía una minoría
. Pero a tener en cuenta.
´Surtout,
ne pas être ridicules´ comentó Josep Tarradellas al ser elegido
President en el exilio. ´Surtout, être
mérite de la confiance du peuple´ parafrasearía seguramente ahora el
Honorable. La gente pide ejemplaridad y credibilidad. Y coherencia.
Jordi
del Río
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